Elvia Maria Garcia Cardona

Elvia Maria García Cardona

Es imposible ser indiferentes ante la cara de expectativa que se le genera al otro cuando ve llegar a alguien que no conoce, a quien espera sea su alivio, su respiro y su aliento en un momento de dificultad. Estábamos allí, en aquel lugar que lleva el pasado en su fachada, sin más esperar y con el arraigo definitivo de entrar en la habitación, en una de tantas que dibuja alegrías, historias bonitas, pero también desdicha e infelicidad, la encontramos a ella, expectante y dispuesta a tener un segundo de felicidad, un minuto de armonía, para vencer una vida de monotonía en las cuatro paredes de su habitación.

Elvia, de presencia cálida y un brillar de ojos tristes que acompañan su tibia sonrisa, de voz sincera y nostálgica en cada una de las palabras que hace parte de sus historias, como la de su vida que conserva con extrañeza en su memoria, de cómo poco a poco la guerra y le enfermedad la separaron de su hogar, nos mira como si fuéramos nuevos vecinos o inquilinos que tiene una vida por contar, cuando en verdad, es ella quien con su mirar nostálgico y su expresión apacible, nos habla con el alma aunque de su boca ni una sola palabra halla brotado; y aunque parezca sencillo hablar con alguien a quien en verdad le cuesta desligarse de sus arraigos religiosos y familiares, es más difícil aún entender, que aunque se tenga una enfermedad, duele más no poder saborear en el presente el dulce pasado de lo que fue la vida. Aunque el deleitoso sabor de los cubos de azúcar es difícil de olvidar, no volver a sentir su sabor no es lo que más le ha impactado, sino todo lo que quedó atrás a causa de su inundado dulce cuerpo. Es por esto que vive en el recuerdo de sus días de antaño, de aquellos días en los que ayudaba a sus padres con las labores de la finca, de repartir aguapanela a los trabajadores para refrescar las pesadas jornadas de trabajo en las fértiles tierras montañosas de Montebonito en  Marulanda-Caldas, días ya muy lejanos, días que aunque en su memoria grabados con fidelidad están, solo vivirán en sus historias y en su eterno recuerdo.

 

Para doña Elvia no es degustar lo prohibido lo que arruga su alma, si no la ausencia de su tierra, de su sangre y de su presencia en una familia que algún día vio con júbilo y amor, a la que nunca ha dejado de amar, este es el dulce de su vida por más amarga que a veces esta parezca en su estadía en este histórico lugar. Es imposible ignorar la tristeza reflejada en sus ojos, pero aún más impactante, ver el fervor en sus pupilas cuando recuerda, cuando ama, cuando vuelve a su mente los instantes más satisfactorios de su vida, y es ahí, en ese solo instante donde la vida, sin más ni menos la deja saborear la propia felicidad que ha creado a lo largo de su existir, y es este, el dulce sabor de sus recuerdos quien la mantienen viva.

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Jimmy Tabarez

H. David Fajardo Muñoz.